29.4.08

29.04.08


La mentalidad científica quiere que todo tenga explicación, incluso lo maravilloso. Qué le vamos a hacer tal vez sea así; pero entonces, apenas se acepta resignadamente esta supuesta conquista total de la realidad, lo maravilloso vuelve desde pequeñas cosas, lo insólito resbala como una gota de agua a lo largo de una copa de cristal, y quienes merecen el comercio con esas mínimas presencias olvidan la sapiencia y la conciencia y la ciencia para pasarse a otro lado y hacer cosas como por ejemplo escuchar la tos de una señora alemana. En 1947, poco después del fin de la guerra, Wilhelm Furtwängler dirigió un concierto entre las ruinas de una Alemania derrotada, que la mayoría de sus vencedores empezaban a rehabilitar al oeste después de haberla repudiado al este. También Furtwängler había sido repudiado en un principio por su condescendencia frente a la me(ga)lomanía de Adolfo Hitler, tras de lo cual parecía de buen tono rehabilitarlo; así terminan muchas guerras, lo cual explica que un tiempo después vuelvan a desatarse, pero no es de eso que vamos a hablar sino del concierto en el que Yehudi Menuhin, invitado por las fuerzas de ocupación, tocó esa noche el "Concierto en Re" de Beethoven que el ilustre Furtwängler sacaba una vez más de su jaula para mostrar lo que era capaz de hacer con ése imperecedero leopardo de la música. La Rias (sigla de la radio alemana) difundió el concierto y además lo grabó con los medios técnicos disponibles en ese momento, que no eran muchos. La grabación (¿disco, alambre, cinta magnetofónica?) quedó en los archivos hasta que el otro día, más de treinta años después, fue prestada a la radio francesa que la prestó a su vez a mi receptor sintonizado en France?Musique. Un argentino en París escuchó así a una orquesta alemana y a un violinista judío que tocaban bajo la batuta de un muerto; todo eso, que hubiera sido perfectamente incomprensible hace menos de un siglo, formaba y forma parte de lo ordinario, de lo que la ciencia explica a los niños en las escuelas; todo eso era cotidiano, simplemente apretar unos botones e instalarse en un sillón. Tal vez Menuhin no tocó jamás el concierto de Beethoven como esa noche; le sobraban razones para hacerlo tan prodigiosamente en el mismo lugar donde habían sido exterminados siete millones de judíos y donde acaso algunos de sus exterminadores se sentaban en las plateas del teatro y lo aplaudían frenéticamente. Del concierto en sí, de su Intérprete y de su director, solo puede hablarse con admiración, pero no es de eso que hablamos sino de ese instante, creo que en el segundo movimiento, en que un "pianissimo" de la orquesta dejó pasar una tos, un solo golpe seco y claro de tos que no habría de repetirse, una tos de mujer, la tos de una señora que cualquier cálculo de probabilidades definiría como la tos de una señora alemana. Durante más de treinta años esa pequeña tos anónima había dormido en los archivos de la radio; ahora reiteraba su diminuto fantasma en millares de oídos que escuchaban un concierto en otro tiempo y otro espacio. Imposible saber quien tosió así esa noche; ninguna ciencia, ningún caballero Dupin podría rastrear su origen. Sin la menor importancia, sin la más pequeña significación, esa tos se repitió multiplicada por infinitos altavoces para recaer instantáneamente en la nada; pero alguien que acaso nació para medir cosas así con más fuerza que las grandes y duraderas cosas, oyó esa tos y algo supo en él que lo maravilloso no habla muerto, que bastaba vivir porosamente abierto a todo lo que habita y alienta entre lo concreto y lo definible para resbalar a otro lado donde de pronto, en la enorme masa catedralicia de un concierto beethoveniano, la breve tos de una señora alemana era un puente y un signo y una llamada. ¿Quién fue esa mujer, dónde se sentó esa noche, está aún viva en alguna parte del mundo? ¿Por qué esa tos hace nacer estas líneas en otro tiempo, bajo otro cielo? ¿Hasta cuándo vamos a seguir creyendo que lo maravilloso no es más que uno de los juegos de la ilusión?


JULIO CORTAZAR

26.4.08

26.04.08


Estás muy sólo. La noche ha sido tan arrasada como Bagdad. No sabés donde están. Consolarse en una concha. Quejarse sobre una pija.

No tienes teléfono. La cocaína no está pegando bien. Es un nuevo miedo que te asusta.

Perder la vida preocupándote por tí mismo. Esa es la miseria, esa es la verdadera condena estipulada por la venenosa serpiente enroscada en la espina dorsal de la sociedad: tener la obligación de ser tú mismo, pudiendo ser tantos otros!

En las tribus primitivas se realizaba la siguiente práctica. "Ubangá-un" o "Carlitos" o "Castor Blanco" o "Vosyo" tenían un problema. Todos los demás (el "flaco Luis", "Caballo Puto", el "Pijo" y "Quiensea") se reúnen en Consejo y se lo sacan de encima, al problema.

Vos no tenés que tener ningún problema, el tuyo lo tienen los demás y vos tenés el de los demás que como no te importan porque no son tuyos podés solucionarlo. Porque cuando algo te importa, cagaste.

Hay cuatro clases de consejos indios:

1º) CONSEJO DE GUERRA: "Caballo Puto" o "Carlitos" tienen un enemigo o dos o cuarenta. el Consejo se reúne y hacen mierda a los enemigos. Navajazo, apretada, desaparición forzada, lo que venga. "Caballo Puto" o "Carlitos" se quedan tranquilos.

2º) CONSEJO DE HAMBRE: "Ubaangú-Inú" o "Datu" están pasando un mal momento económico. La cosecha se arruinó. Necesita casa, o comida, concha, o un viaje a Nueva York. El consejo va, junta plata, chorea o como sea, y "Ubangú-nú" come y duerme mientras "Datú" viaja en Pan-Am tomando champagne

3º) CONSEJO DE TRAMPA: Pablo anda medio gil, por no decir uno y tres cuartos. El Consejo agarra y le pega una buena manteada. "Dejate de sufrir, pelotudo". Se le roba la esposa, se le pega un buen susto, para eso están los amigos: PARA NO DEJARNOS DORMIR.

4º) CONSEJO DE PAZ: Está todo bien, el Loco Prieto no tiene ningún problema y Caballo Puto se aburre. El Consejo se reúne y organiza bailongos alrededor de la fogata, candombe, fiesta, lujuria, merca, mandanga, misa negra, putas y unos cuantos revólveres y a romper todo hasta que se ponga la luna.

Si al final todos se casan y cuidan al hijo y ponen boliches y después te piden que no hagas bardo o se enamoran como idiotas y después sufren si al final esto era en serio, para mi es una broma pesada y pueden meterse el mundo en el culo de la nada y eyacular sobre el vacío otro maldito día de esos que los paralíticos mentales llaman vida.

La vida era para ir en barco, armado hasta los dientes, sin saber si buscábamos un tesoro, rescatamos una doncella, huíamos de la yuta o estábamos perdidos, pero juntos, todos los amigos.

El resto es pajería.

Organice su Consejo. Júntese al amigo. Diviértase o rompa todo.

MIKE CALYPSO - Revista "Cerdos y Peces"