17.8.08

17.08.08


La huella es la efímera unión entre el pie y la arena. Ella siente el delicioso escalofrío que recorre el universo cuando aquel que anda y el mundo se encuentran. Pera ella es única. Las que le siguen y las que le anteceden cuentan la historia de un mundo perdido. No existe nuestro paso por el mundo, somos el paso que da el mundo sobre la nada. No veníamos de ninguna parte ni vamos hacia algún lugar. Si hay algo que duele, es solo el andar.

AYER NOMÁS
(EL PASADO ES UNA TUMBA)

La noción del tiempo transcurrente surge de una supuesta medición del movimiento de un punto en el espacio. Ahora bien, ¿qué es el espacio sino un concepto arbitrario de un fenómeno incaptable para la percepción? Para los egipcios, por ejemplo, el espacio era “una llanura mental”, una proyección continua de la mente pero según esa concepción “todo el universo cabría en la mano de un bebé”.
En el antiguo libro “El loto blanco”, según algunos estudiosos con origen en Tebas, poco antes del advenimiento del primer gran dios monoteísta (RA, el sol del mediodía), se menciona la idea de que todo el espacio existente es “AQUÍ” desde donde se proyectan las direcciones del andar y todo el tiempo es “AHORA” desde donde se proyectan las ilusorias líneas del tiempo intentando medir el fenómeno más ilusorio y onírico de todos: el movimiento. Según esta tradición, el movimiento (El dios KEPHERER) es la mutante línea de separación entre los dos grandes dioses sobrevivientes del combate cósmico: RA (todo lo que hay) y KAMUTEF (todo lo que no hay). Desde esta concepción pagana de lo conceptual el pasado es solamente una derivación “apófica” (es decir, una simulación del estado divino) de esta proyección del eterno ahora.
Sin embargo, a través de la memoria, el pasado parece demostrar su esencialidad al observar los mecanismos biológicos de la evolución. A través del ensayo y del error, la vida ha ido adaptándose e incorporando en la memoria genética las conductas más aptas para la sobrevivencia de los seres vivos. Claro que esos mismos mecanismos mnemónicos fijan una conducta identificatoria que generan quizá la mayor farsa apófica de la existencia: LA IDENTIDAD.
Cerca de Ingeniero Ledesma, en una población de indios matacos, había un animal muy peculiar. Era un ganso al que los indios bautizaron con el nombre de Pancho. Pancho era el líder de la gansada, pero lo curioso es que Pancho no sabía que era un ganso. Se enfrentaba a los hombres como si fuera un hombre y charlaba con ellos en su incomprensible idioma. Cierta vez entró un puma que atravesó el alambrado empujado por el hambre y con la intención de comerse dos o tres gansos. Pancho salió a enfrentarlo con toda la actitud de un puma. El puma, durante algunos segundos, casi se convenció de que Pancho era un animal peligroso hasta que finalmente lo mató.
Todo pasado condena, indudablemente, a una identidad y qué es ésta sino la noción de los límites. El árbol nunca saldrá caminando, el tigre no cantará como los jilgueros, los canguros no volarán sobre la Torre Eiffel. El pasado tiene como finalidad fijar los límites del futuro y el famoso “mecanismo de la evolución” no es más que una continua castración de la imaginación individual por parte de esa extraña dictadura legislativa de la Naturaleza. No por nada, todas las conspiraciones y complots de la historia fueron montados sobre el pasado no vivido de los individuos. La historia del “antes de que tú nazcas” es un invento continuamente modificado según las alternativas de la conveniencia de los acumuladores circunstanciales del poder. Se somete al individuo desde el pasado de “su historia individual”, grupal e histórica. La culpa de cada hombre es histórica. La domesticación del espíritu nace ante el primer reconocimiento de la necesidad de la “espera”.
Es curioso observar que todos los mitos occidentales del origen religioso del universo nos traigan el recuerdo de un “dolor inicial” y de una culpa de la especie que nos incluye por el solo hecho de haber nacido. El famoso amor a las “tradiciones”, el “respeto a las raíces”, las reivindicaciones del “ser nacional” no son más que forzamientos voluntarios para que regresemos a puntos del tiempo y del espacio en donde jamás hemos estado. La cultura que es transmitida principalmente a través del código de la palabra tiene como función primordial recordarnos “falsos recuerdos” de una vida que jamás tuvimos. La falsedad no consiste en que algo haya sucedido o no, sino que no nos ha sucedido de ninguna manera a nosotros. No nos sucedió nada de lo que le sucedió a nuestros abuelos ni mucho menos a los cristianos perseguidos en Roma, ni a los monos que correteaban alegremente por las cuevas de la tierra hace millones de años. El dolor del pasado es ineludible ya que la función de ese código tiene un comportamiento mecánico en el cerebro. Y el cerebro como un verdadero pulpo atraviesa todo el tejido nervioso del universo sensibilizado el estar de las cosas con los continuos recuerdos de miedos, sopores, aturdimientos, fracasos y obsesiones. Es imposible olvidar, sólo es posible ser olvidado.
Pero nadie está midiendo el fracaso o el triunfo de las cosas. Nadie podrá superar esos diez segundos maravillosos en que el ganso Pancho logró convencer al puma de lo imposible. Y, junto al puma el universo entero se olvido de las leyes que lo sometían.

TAL VEZ MAÑANA
(EL FUTURO ES UNA JAULA)

Si el pasado de un individuo es su “factor cerrado” solo modificable por la manipulación posterior de los circuitos de recuerdos, su futuro (es decir, lo que aún no sucedió) es supuestamente el “factor abierto”. Pero ese futuro no está en estado caótico y por tanto no resulta ser la aparición azarosa, compulsiva, peligrosa de estímulos desestinados sino que ese futuro está armado y programado de acuerdo a programaciones sociales y a la aparición de una extraña forma de organizar el movimiento: los planes. La mayor peste de la humanidad quizá sea de esperanza, en el sentido que es una prolongación más estática aún de la parálisis que significa la “espera”. Esperan los presos, los pacientes, los condenados. La expectativa de la espera no está basada en la acción desestinada sino en la prolongación -hasta eterna- de una creencia en cierta justicia en el ordenamiento del mundo.
Los planes reorganizan el futuro con el mismo criterio del pasado. “Me acuerdo de lo que tengo que hacer mañana” transforma el mañana en un ayer probable. Acordarse es un acto de la memoria. Por tanto, el futuro no es más que un envenenamiento del pasado. Es una ilusión del tiempo. La nueva experiencia, lo inesperado, el factor sorprendente nunca sucede ni se insinúa porque es espantado por las carreteras y rutas que construye el pasado sobre la selva i el misterio del tiempo sin jamás exponerse. La falta de peligro de la vida humana conlleva con ella una pérdida absoluta de amor a la propia vida. Los nuevos días son viejos conocidos. Es un complot de ayer que convenció a pasado mañana que lo engañe a mañana de manera que tal que hoy nunca sea distinto a ayer.
Descubrimos entonces que la identidad del hombre (esa suprema apófis, esa demencial falsedad de la existencia) está no solo basada en la centralización narrativa de su experiencia pasada sino también en la narración especulativa de lo que “continuará siendo”. Es una novela que el autor conoce su final. Justamente la versión más liberadora del tiempo fue quizá el intento pre-heraclitano de considerar el tiempo “al revés” es decir se trascurre desde “el futuro hacia el pasado”. El destino asegura al individuo la ritualización de sus actos, ya está escrito que él se equivoque al cruzar esa calle y mate por error a su padre. Sin embargo, en esta búsqueda de amparo en el sentido de la vida surge la misma perpetuación de la visión carcelaria del futuro: el hombre no soporta el desamparo de lo que desconoce. En “Las mil y una noches” esa maravillosa narración ahistórica que se introduce en nuestros sentidos como una intensa aspiración de hachís, describe las fugas del laberinto del tiempo. Los personajes son atravesados por experiencias imprevisibles que los alejan de sus cometidos aproximándolos nuevamente a ellos cuando justamente habían abdicado de reencontrarlo.
El “Después de hora” que nos propone Martín Scorsese en esa mágica y estremecedora película que filmó repite la idea: el personaje es sacado violentamente de su rutina y devuelto con la misma velocidad a ella. Qué fue lo que permitió la salida? El desesperado deseo de un “otro acaecer”. Las aventuras amorosas más intensas y apasionantes descriptas en la literatura y también vividas por la mayoría de los seres humanos tienen como característica esta “falta de destino” del encuentro. Pero estas salidas no están en el “futuro” ya que éste no es más que la perpetuación de una orden narrativa. El futuro es la pared de la cárcel del tiempo.
Al chocar contra ese invisible muro que nos separa de lo imprevisible, al acostumbrarnos al éxito o al fracaso de nuestros proyectos, al comprobar el vacío de misterio del devenir humano; el hombre resigna su percepción y se encapsula en el recuerdo. Ya no hay personas desconocidas a su alrededor, sino pactos vinculares que valorizan y categorizan a las personas. Ya no hay calles sin rumbo, sino rumbos que usan las calles para ir y volver. El futuro, entonces, es el más doloroso de los recuerdos.

AQUÍ, AHORA
(EL FRACASO DE LOS DIOSES)

Escribe Henry Miller: “Miro hacia atrás y veo las tumbas donde están sepultados cada uno de los recuerdos que me obligan a penar en cada uno de los caminos perdidos y encontrados de mi vida; miro hacia adelante y veo la prisión donde están encerradas las ilusiones de mi vida esperando ser liberadas de la carga de conseguir sus objetivos. Cuando despierto, miro y veo que estoy sumergido en este endiablado río violento que corre a toda hora en todas partes y que la frescura de los instantes me alivian del miedo que tengo a no saber nadar”.
Aprisionado entre las grandes construcciones culturales que son el pasado y el futuro, el presente termina siendo una invención de sus compañeros de viaje. El presente es el recuerdo que el futuro tiene del pasado. El flash del instante es tomado, desde el criterio medicionista del tiempo, como la molécula temporal. No hay una experiencia molecular de la vida así como no existe una micropolítica ni una microfilosofía de ella.
Sin embargo, el placer de existir está sólo conectado con ese flash. Es el sabor de la comida y no el acto de comer, es el párrafo maravilloso casualmente escrito y no la nota o la novela que se estaba escribiendo. La eternidad del instante ha sido asaltada y robada trasladándola hacia atrás y hacia adelante.
Retornando al mito pagano de los egipcios (según este escriba el más alucinante relato mitológico de todos los conocidos) en él se describe la gran lucha de los dioses desarrollándose sobre el campo de batalla más conmocionante de todos: el ahora, este instante. No sólo es el campo de batalla, sino también la recompensa del combate.
El Dios original, OSIRIS, aterrorizado por su eterna soledad, fatigado por ese dolor insuperable que brinda la plenitud de la soledad; tiene el DESEO DE QUE HAYA OTRO y entonces duerme soñando un otro que a su vez lo sueña a él: es SETH, el deseo de Osiris. Seth, el deseo atomiza a Osiris. Osiris, el soñador, pasa a ser soñado por su sueño. Pero justo en el momento de dormirse, Isis, la nada, la amante eterna de Osiris, hace el amor con él y paren un hijo que es HORUS. Horus es el Aquí-Ahora. Es Osiris en cada instante. Horus derrota a Seth cada vez que despierta a la plenitud de su existir. Pero Horus es el dios más perseguido y acosado de todos. Cada vez que surge con la espada llameante de su fulgor es duramente castigado por los adláteres de Seth. Los caminos que conducen hasta aquí, ahora están caracterizados por la absorción excesiva de estímulos intensificantes. El precio de vivir al revés incorporados dentro de una especie que vive tal como una máquina avasalladora de tiempo es el de quedar aislado y remitido al vacío. El río violento del que habla Miller es reconocido por todos aquellos aventureros que han intentado sumergirse en la pasión de existir, los viajeros que desembarcaron los recuerdos, los fugitivos que escaparon a los designios del plan y todos ellos han sufrido y sentido la mordedura de la máquina. Si el dolor del pasado y del futuro se producen en las zonas más abismales de la mente y se localizan en los pulmones o en el estómago; el dolor del presente es el más eficaz desenmascarador de la falsa vida.
Decía Jim Morrison: “Ninguna recompensa eterna merecerá perdernos este alba”. En la playa, el caminante mira el alba. Ha perdido los barcos, fue abandonado por los destinos y los recuerdos de los demás. Ha quedado solo con su maravilla. Nadie lo espera, se echa a andar en el desamparo. Y a su paso las historias del mundo se van desmoronando, los sentimientos son desconquistados, el universo entero tiembla de miedo y ternura. Un bicho cualquiera, un ganso o un hombre, que despiertan a los dioses y -tal como afirma Vonnegut- nos hace sentir que “hay alguien allá arriba a quien le gustó”.


Julian Meyer

“Cerdos & Peces”, N. 21, Buenos Aires, Diciembre 1989

4 comentarios:

Upsusu dijo...

Hacia tiempo que no me dignaba a pasar por el blog ni a dejar un nuevo post en el mio.
Pero la tristeza me ha regalado unas palabras...


Un besazo lofff...

Miriam Eme Eme dijo...

Julian Meyer, uno de los alias del Sr. de las palabras Enrique Symms.
Gran post!
Slds, M.

Unknown dijo...

Lo que leiste sobre conchas en mi blogs tambien lo escribio enrique, con el seudonimo de micky calipso. Lo transcribi porque asi como a vos te parecio similar a Miller, a mi tambien...Es bueno saber que nos gusto lo mismo... Este ensayo del dolor del tiempo , creo que concentra la teoria de enrique y es el portal para tener algunas rspuestas , de esas que nos sirven cuando estamos por dar una nueva sonrisa que esconde la lagrima.

Unknown dijo...

está soberbio ese texto de la Cerdos.


dónde andas, Paulo?


se te extraña :) un saludo!